UN ABRAZO A MIS AMIGOS DEL PATO

Dedico estos párrafos a Marina Huelgos, al Medico Mario, a la enfermera Edit, y a todos los amigos de izquierda que por pensar de esta manera hoy están en una cárcel privados de la libertad y del amor de los suyos, o pasando necesidades para poder vivir.

Fui Inspector de Policía de Guayabal antes de la zona de distención, y como siempre este caserío cuya economía depende del lulo, tomate de árbol… y su potencial ecológico por encontrarse cerca del parque nacional ambiental Cordillera de los Picachos, ha sido vilmente atrofiado por el conflicto, tanto del lado del Estado como de las mismas FARC.

Yo comparo a Guayabal como a muchos caseríos que son olvidados en Colombia, con el Macondo de Garcia Marquez, muchas veces disfrute de la cristalinas aguas del rio Oso, compartí con ministros, con Directores del IICA, del Incora, de muchas ONG que explotaron cuantiosos contratos de millones de dólares y que nunca dejaron un peso en la región, recuerdo la primera Zona de Reserva Campesina del país, precisamente en Guayabal, otros tiempos, otras épocas donde el gobierno y cooperación Internacional lavaban recursos que no dejaron bienestar a la región.

El ejercito por su parte violaba los derechos humanos a su antojo y como autoridad civil de la región muchas veces tuve que amanecer entre las alcantarillas por el fuego cruzado entre guerrilla y militares, o peor todavía tendido en el piso a altas horas de la noche en la discoteca de la ciudad cuando llegaban los militares apuntando, alucinados viendo insurgentes en la población civil.

Con tristeza miro la casa de material donde el Señor ONIDAS, enseguida de ella y al final una casa en madera de mi tio Manuel a quien las FARC asesinó hace unos años, indolentemente acusado de nada dejó una esposa y como siete hijos, pero tambien lamento profundamente que amigos de bien, como Marina, el Medico Mario, y muchos hoy sin pruebas y a ultranza estén en una cárcel pagando un alto precio por no tener plata y vivir en una zona roja, donde en la mañana mandan unos y en la tarde los otros, escenario de hace muchos años, sin embargo el presidente Uribe se ufana de la seguridad democrática, que excluye a ciudadanos de bien, dignos, valerosos y pobres a quienes el mismo gobierno decreto privar de todos los derechos democráticos.

Un abrazo a ellos que me enseñaron a vivir, a reconocer mis ancestros ahincados en el Pato – Caquetá, a los que nunca me dejaron solo y me mostraron que detrás de las montañas había un mundo salvaje y que por tanto el mejo vividero del mundo estaba en Guayabal, un pueblito de casas pa caer, pero donde la mejor violencia se permitía interminables treguas.

EMIGDIO JACOB BENITEZ ROJAS

Crónica Urbana
En Guayabal se respira miedo

LA NACIÓN, NEIVA
31. mayo 2009

LA NACIÓN recorrió Guayabal, Caquetá, un pueblo que amenaza desaparecer por los enfrentamientos entre las Farc y el Ejército. Los pobladores que quedan quieren marcharse, pero no saben a dónde. Crónica del destierro.
Francisco Argüello


José María Córdoba, sacerdote del pueblo ofrece misas en medio de la soledad. Las campanas resuenan y sólo se ven desfilar decenas de perros que aguardan en la entrada del caserío.


El cura, con cara de resignación, inicia sin fieles la eucaristía y sólo dos de sus acólitos lo escuchan atentamente. Las escenas se repiten diariamente en Guayabal, una inspección del Caquetá, donde los pobladores, marcados por la violencia generada por las Farc desde hace 40 años, “están alejados del catolicismo y pegados al marxismo y el comunismo infundido por el grupo al margen de la ley”, como lo explica el mismo clérigo, que insiste en quedarse y hacer presencia en medio del conflicto.


El pueblo ubicado a tres horas de Neiva, por la carretera que conduce hacía Balsillas, está casi desolado. En las calles espantan y los pocos habitantes que quedan quisieran salir corriendo.


El temor, dicen ellos, apareció desde el 2006 cuando el Comando Operativo Número Cinco del Ejército colonizó la zona y empezó un duro enfrentamiento con las Farc. Desde ahí, las balaceras, los ataques sorpresivos y las bombas comenzaron a ser el pan de cada día, como explica Carmen Teresa Gutiérrez, habitante que no se ha marchado porque no tiene a dónde.


Etelvina, nombre cambiado porque la mujer jamás fue registrada ante la Registraduría, fue víctima de una de las dos bombas que instaló las Farc en una discoteca y una casa abandonada hace dos semanas. La mujer de 65 años cruzaba cuando sintió el ‘totazo’ que por poco acaba con su ojo izquierdo que hoy se torna oscuro.


“Iba a vender naranjas cuando sentí el golpe en la frente, apenas pegué dos gritos y caí. Me llevaron a Neiva y como no tengo papeles, sólo me dieron las pastas para el dolor”, comenta al resaltar que “cualquier ruido que escucha le atacan los nervios”. La noche anterior soportó cuatro bombazos que no se sabe de dónde provenían.


El Ejército, que iba a ser atacado con los artefactos, prestó un helicóptero para evacuar a Etelvina. Sin embargo, el pueblo se opuso y la envió en una chiva de servicio público. “Después vienen las represalias”, dijo Josué Durán Bravo, tesorero de la Asociación de Municipal de Colonos del Pato, que agrupa a 26 Juntas de Acción Comunal.


La casa abandonada donde estalló la segunda bomba estaba desolada. Teodora García, dueña del predio, aprovechó y se fue un par de semanas atrás porque, según los caqueteños, Guayabal se volvió invivible. Como ella, diez familias de su cuadra también lo hicieron.


Entre la espada y la pared
Y es que hablar con el Ejército o las Farc en la zona se convirtió en pecado. “Sí se dialoga con los militares, la guerrilla cree que les estamos ayudando y si es al contrario se ofende el Ejército”, dice José María Córdoba, sacerdote, quien es neutral en su labor y confiesa ha aconsejado a guerrilleros y militares para que se alejen del conflicto.


“Vivimos con miedo, zozobra; esto es terror”, asegura Fabio Bedoya, cargando a su hijo. Es el administrador del negocio El Quindiano, quien alerta del no ingreso a la casa donde se sembró la bomba. “No hemos querido entrar después del estallido porque nos da miedo que exista otra”.


Destierro
Por la presión del conflicto, 70 viviendas están abandonadas. LA NACIÓN recorrió la zona y encontró las casas cerradas con candados y carcomidas por la polilla y las telarañas. María Edith Cardozo, enfermera de la inspección, hizo un censo y encontró 226 personas habitando Guayabal, una cifra mínima comparada con la registrada en plena zona de distensión del presidente Andrés Pastrana, donde el pueblo era dinámico y su economía abundante.


En las calles se comercializaban alimentos y el tráfico de vehículos, cuyo destino era San Vicente, era diario. Hoy la situación cambió y sólo desfilan carros de servicio público que detienen su tránsito para que los pasajeros se alimenten.


Un improvisado centro comercial construido en tablas y que albergaba 15 negocios está cerrado y sólo una tienda mantiene abierta las puertas.

Quién manda
Hoy no se sabe quién manda en Guayabal. Aunque el Ejército circula por la carretera destapada y asediada por el polvo, la columna ‘Teófilo Forero’ de las Farc conserva parte del control en la inspección y dan sus propias instrucciones desde las montañas donde pernotan. “En el pueblo hay muchos milicianos”, dice el Ejército. Los pobladores lo desmienten.

Orlando Dusán Vargas, un inválido de 30 años fue asesinado por la guerrilla. Un comentario de su presunta colaboración con el Ejército le costó tres tiros en la cabeza. El cadáver fue encontrado a orillas de la carretera y su cuerpo vivió su propia odisea.

“Eran los días del paro de la guerrilla”, explica el sacerdote José María Córdoba. A las 6:00 a.m., el difunto salió del pueblo en un mixto de servicio público. En Rovira, caserío ubicado media hora de Guayabal, lo detuvo las Farc que impidió la movilización del cadáver en carro. La familia optó por velarlo en una mesa. El cuerpo arropado por una sábana fue sacado del sitio por un vehículo particular tres horas después. En medio del llanto, los seguidores fueron parados nuevamente en Balsillas, Caquetá y “ninguna funeraria de Neiva quiso recogerlo por temor a que les incineraran el carro”, explica el sacerdote, quien concluye que tres horas después y tras estar un poco descompuesto lograron arribar con el difunto a Neiva.

El miedo se siente
En Guayabal se respira miedo, temor y hasta incertidumbre. Los pobladores, como Josué Durán Bravo, temen también al Ejército “porque andan amenazando con que tienen un listado de órdenes de captura”. Y agrega que una persona encubierta por una capucha negra deambula por el pueblo señalando auxiliadores de las Farc sin soporte o prueba alguna.

Mario Hernández Contreras, quien recetaba medicinas en Guayabal, fue capturado por el Ejército hace ocho meses al parecer sindicado como presunto auxiliador de la guerrilla. Elvira Liney Peña, esposa, asegura que es inocente y sólo dedicó su vida a curar las enfermedades de sus vecinos desde una droguería que ella hoy administra.

Con él cayeron Alejandro Quintero, campesino, Amber, su sobrino y hasta Luz Marina Huelgos Santacruz, integrante de la Junta de Acción Comunal. Ellos permanecen en la cárcel de Neiva.


“Son inocentes, todo es un montaje porque nunca nos dejaron ver las órdenes de captura que tenían en su contra”, comenta indignado Josué, líder comunal.

Por lo anterior, la labor social del Ejército con el pueblo no ha tenido eco y los militares son vistos con malos ojos.

Obstrucciones
La cara de María Edith Cardozo, enfermera, cambia de colores cuando en un retén militar le ponen problema para transportar medicinas. El Ejército, por directrices nacionales, prohíbe la circulación de medicamentos por temor a que vayan dirigidas a comandantes de las Farc. La orden, según Cardozo, es contar con el registro de la Secretaría de Salud Departamental.

Lo mismo sucede con Fabio Bedoya, administrador del negocio El Quindiano, a quien le decomisaron más de diez cajas de ron. “Valen más de dos millones de pesos”, asegura el hombre afectado, porque el licor iba para un bazar. “Como el objeto de la Junta de Acción Comunal no tiene el expendio de bebidas, por eso lo quitaron”, concluye.

Si una remesa de comida supera los 200 mil pesos, debe estar dirigida a una tienda o proveedora que tenga registro mercantil de la Cámara de Comercio, sino los alimentos quedan decomisados en el retén. “No podemos ni comer”, dice burlándose Clara Elsa Gómez, quien se ha enfrentado verbalmente al Ejército.
Los soldados del retén de Balsillas sólo responden que cumplen órdenes nacionales “por la seguridad del pueblo”.

Guayabal y necesidades
Por la crítica situación de orden público, Guayabal no cuenta con inspector y menos con la sede.


El gobernador del Caquetá, Luis Francisco Cuellar Carvajal, no ha pisado la zona, pese a que el pueblo y todas las demás inspecciones, entre ellas, Los Andes, Balsillas, Rovira, Chorreras y El Oso, tuvieron un potencial electoral de 2.000 votos. En las pasadas elecciones presidenciales en la zona ganó Carlos Gaviria, candidato del Polo Democrático. Álvaro Uribe alcanzó el cinco por ciento de aceptación en la población.


El centro de Salud tiene una dotación deteriorada porque presta servicios desde hace 20 años. Las camillas están oxidadas y falta una ambulancia.

María Edith Cardozo, auxiliar de enfermería, le toca improvisar cirugía plástica, odontología, pediatría y ginecología porque no cuenta con un médico general que atienda, entre otros, los partos en el pueblo.


Cardozo, canosa y de contextura gorda esparce su delantal y atiende una madre a punto de dar a la luz. La mujer es Abraluz, quien parece ya rompió fuente. El procedimiento se complica y debe buscar carro y enviarla a Neiva. El bebé nació en el camino en un furgón. “Llegó por furgonazos”, dice atacada de la risa.


En la plaza central de Guayabal no todo es miedo y tristeza. Una enorme carpa de colores sembrada en tierra, da la bienvenida al circo nacional ‘Baena’ que llegó a la inspección a entregar alegría en medio del conflicto.

Jaime Baena, el dueño, sonríe cuando se le pregunta por los animales. “Sólo son chistes, malabaristas y payasos”.


Aunque la entrada es económica, el circo partirá pronto porque los payasos están cansados de no recibir dinero, ni aplausos.

Mientras esto sucede, los corridos prohibidos comienzan a sonar en el caserío.


LA NACIÓN conoció que semanalmente cerca de 120 canastas de cerveza son dejadas en Guayabal. “No se duerme tranquilo, pero sí se bebe”, alega Fabio Bedoya, quien tiene por cobrar un millón de pesos en licor fiado.


La rumba en el pueblo es zanahoria porque la planta eléctrica la encienden hasta las 10:00 p.m., después por orden de la Junta todos deben dormir, así no sea en paz.